15 jul 2011

Helen Golay y Olga Rutterschmidt



Dwight Emile aún recuerda el día que bromeó con su vecina, Olga Rutterschmidt, una emigrante de origen húngaro que siempre vivió por encima de sus posibilidades. "Olga, un día de éstos te voy a ver en los noticiarios", le dijo Emile, uno de los muchos productores y escritores de música que pululan en Hollywood, sin apenas sospechar que su broma se convertiría en presagio.

"Olga siempre me decía que si no me interesaba hacer algo de dinero extra. Y yo le decía que, si era algo ilegal, que no contara conmigo", recuerda Emile, uno de los testigos que han desfilado por la policía de Los Ángeles para recomponer el guión de una macabra serie de asesinatos cometidos en nombre de la codicia, el más desgastado argumento en las películas de crimen y violencia en Hollywood.

Tras una investigación de casi tres meses, la fiscalía ha decidido presentar cargos por el homicidio de al menos dos indigentes, una acusación que podría conllevar la pena de muerte para Olga Rutterschmidt y su asociada, Helen Golay, dos ancianas que pasaban por almas caritativas y que la prensa sensacionalista ha bautizado bajo el mote de "las viudas negras".

Según la policía, Olga y Helen se hicieron pasar por las novias, primas y tías de Paul Vados y de Kenneth McDavid, de 73 y 50 años respectivamente, dos indigentes que murieron en extrañas circunstancias y con jugosas pólizas de seguro de vida bajo el brazo. Ellas habían suscrito más de 19 pólizas en nombre de ambos. En las fotos distribuidas por la policía, la mayor, Helen Golay, de 75 años, disimula la edad bajo un maquillaje espeso y una frondosa peluca rubia. La otra, Olga Rutterschmidt, de 73, luce una sonrisa perpetua de abuela bondadosa.

Tras conocer a Paul Vados, un inmigrante húngaro igual que ella, Olga Rutterschmidt le propuso en 1997 alquilar un apartamento. Durante dos años, Olga fue una diligente y amorosa amiga que visitó a Paul para ofrecerle compañía, mientras acudía a una larga lista de empresas de seguros para suscribir varias pólizas en su nombre.

Tras el paso de dos años -el mínimo que exigen las compañías para hacer efectivo el pago de una póliza-, Olga invitó a su amigo Paul a realizar un paseo nocturno. A las pocas horas, la policía reportaba el caso de un hombre que había muerto atropellado en las inmediaciones del la Brea Avenue, muy cerca de la Milla Milagro. El caso de Paul Vados, uno de los muchos indigentes que habían pasado a engrosar los archivos de las "muertes por accidente", durmió el silencio de los justos hasta el año 2005, cuando un avispado inspector del FBI vinculó su caso al de Kenneth McDavid, un indigente de 50 años de edad, que había muerto en similares circunstancias.

El caso de McDavid y de su asesina, Helen Golay, permitió sacar a flote las macabras operaciones de estas dos ancianas. Menos puntillosa que su amiga Olga, a Helen se le ocurrió contratar con su nombre real a un servicio de grúas para remolcar la vieja camioneta Mercury que utilizó para arrollar a McDavid la noche del 22 de junio del 2005. Esta sería la pista que permitiría al FBI y a la policía de Los Ángeles detener la carrera criminal de Olga y Helen, dos ancianas que se disponían a cobrar más de 2.7 millones de dólares en pólizas para asegurarse una vejez dorada.

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