6 mar 2013

Anna Mazza y Las mujeres de la Camorra

El arresto de Giuseppina Nappa, mujer del gran capo Francesco Schiavone Sandokan, ha sido esta semana la imagen del golpe a los Casalesi, uno de los clanes más poderosos de la Camorra. Su marido lleva diez años condenado a cadena perpetua, pero seguía mandando a través de ella. Su detención recuerda que el estereotipo de la mujer de la Mafia siciliana no tiene nada que ver con el de la Camorra napolitana.

La esposa del mafioso es una acompañante silenciosa y abnegada, respetada pero marginada. La Camorra ha demostrado que cuenta, y mucho, con las mujeres. La primera mujer condenada en Italia por asociación mafiosa fue Anna Mazza, que instituyó en los setenta una especie de matriarcado tras la muerte de su marido, el capo Gennaro Moccia. La viuda de la Camorra mandó durante veinte años. Le sucedió su dama Immacolata Capone, viuda de otro capo. Sus dos escoltas también eran chicas, que la seguían con un Smart amarillo, coche de capricho símbolo de las mujeres de los capos. Capone acabó sus días con un disparo en la cabeza, como un jefe de clan más.

Las mujeres ya no son intocables en la Camorra. Si acaso, los sicarios se inclinan luego ante Padre Pío para dar a entender al santo que era indispensable, como los asesinos de Carmela Attrice, mujer y madre de camorrista. Las mujeres han llegado incluso a tomar las armas. Es famosa matanza de Quindici de 2002, nacida de un litigio femenino entre los Graziano y los Cava. Tras una discusión pública de mujeres en la plaza del pueblo, con insultos y bofetadas, llegó la venganza: tres muertas y dos heridas. La abuela, con escopeta Las Graziano les tendieron una emboscada, incluida la abuela Chiara con su escopeta. Pero fue un episodio aislado, como otro célebre de 1955, incluso llevado al cine, que inauguró el protagonismo femenino en la Camorra.

Pupetta Maresca, de reputada belleza, se plantó en un bar de la Via Novara de Nápoles, se encaró con el capo que había ordenado la muerte de su marido y lo mató a tiros. Estaba embarazada de seis meses. Ese niño, 19 años después, desapareció en otra vendetta. En la Camorra las mujeres comparten el mismo destino que sus hombres. "Asumen un rol fundamental cuando los maridos o los hermanos son arrestados en régimen de aislamiento total (llamado 41bis), se convierten en su único contacto con el mundo para dar órdenes", ha explicado la fiscal Simona Dimonte. Pero nunca salen de la nada, siempre son la mujer de, la hija de o la hermana de. La lista es larga: Erminia Celeste Giuliano, hermana de Carmine Giuliano, capo de Forcella; Maria Licciardi, hermana del boss Gennaro; Rosetta Cutolo, hermana de Raffaele Cutolo, y crecida en el culto al mito de su hermano; Teresa Deviato, viuda de Capuano... 

Hasta el caso extremo de Anna Vollaro, sobrina del capo de Portici, que se quemó a lo bonzo ante unos agentes en 2003 como protesta por el secuestro de su pizzería. La mujer es una pieza más del sistema y por eso sacerdotes como Fulvio D'Angelo, párroco de Secondigliano, o la alcaldesa de Nápoles, Rosa Russo Iervolino, ven en ellas una posible vía de influencia para el fin de la violencia. "De mujer a mujer, dejad el clan, hacedlo por vuestros hijos", dijo hace dos años la alcaldesa. Sin embargo, "para muchas mujeres casarse con un camorrista es como conquistar un capital que dará frutos y les convertirá en empresarias, dirigentes, generales de un poder ilimitado", escribe Roberto Saviano en Gomorra, que, como en muchos otros aspectos, también ha arrojado luz sobre el lado femenino de la Camorra.

Como cualquier hombre La redada de 2007 contra los Giuliano y los Mazzarello llevó a la cárcel nada menos que a veintiocho mujeres. Actualmente, en Italia hay siete en el régimen carcelario 41 bis, el más duro, diseñado para los grandes jefes mafiosos. Las mujeres ya han llegado a mandar como cualquier hombre. No empuñan las armas, pero no les tiembla la mano para enviar sicarios y se han convertido en auténticas empresarias de negocios. Las grabaciones divulgadas del clan De Falco, de Acerra, mostraron la ferocidad de Giovanna Terracciano, 39 años, y Elvira De Falco, 20 años, mujer e hija de Ciro De Falco, asesinado en 2006. La madre ordenó matar al rival "disparándole en la cara", mientras la hija, horas después de la muerte del padre, ya tomaba las riendas: "No ha cambiado nada, el dinero de mi padre nos lo comemos nosotras".

En los Casalesi, el clan diezmado esta semana, el papel de las mujeres ha sido muy relevante. Sobre todo en la familia de Francesco Bidognetti, que comparte el mando con Sandokan. Su primera esposa murió de cáncer y asesinó al médico que la atendía, por no poder evitarlo. Luego llegó su amante Angela Barra, que se encaprichó de una joven peluquera, una ciudadana honesta ajena a la Camorra. La historia es terrible: como rechazó sus regalos y hasta su amistad, ordenó a sus hermanos que la capturaran. La violaron durante trece días y la mataron. Su novio, que intentó buscarla, también fue asesinado.

Por último, la segunda mujer de Bidognetti, Anna Carrino, crió a sus tres hijos y dirigió los negocios. Fue detenida en 2007 y, cansada, empezó a colaborar con la justicia. En una entrevista dijo que siempre intentó hacer distinguir a sus hijos "el bien del mal". Era la primera vez que una mujer se arrepentía en la historia de la Camorra.

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